Hace algunos años platicaba con un colega sobre nuestras maneras de acercarnos a una ciudad desconocida. Yo le decía que lo primero que hacía, llegando al hotel, era solicitar un mapa de la ciudad —ahora ya no lo tengo que hacer, pues basta con acceder a él desde mi computadora o dispositivo móvil, incluso antes de llegar a la ciudad. El mapa me permitía ubicarme tanto en relación a las coordenadas geográficas como en relación a los sitios más representativos de la ciudad y orientarme cuando me dirigía a un lugar en particular o me dedicaba a pasear por la ciudad. En cambio, mi colega nunca usaba un mapa. Dejaba sus cosas en el hotel y salía a conocer la ciudad, pidiendo orientaciones aquí y allá según fuera necesario. Me decía que solamente de esa manera podía conocer la ciudad, oliéndola, tropezándose con sus características, perdiéndose en ella. Nos quedaba claro que acabábamos conociendo ciudades muy diferentes.
Este recuerdo viene a mi mente al terminar de leer el libro Epistemología de la complejidad para la investigación académica, de Rodolfo Uribe Iniesta, y reencontrarme con una perspectiva de la complejidad al estilo de Edgar Morin tras haber comenzado a leer a Niklas Luhmann. Pues si bien ambas líneas de investigación coinciden en la inaccesibilidad de la realidad y la relatividad del conocimiento, las prioridades que surgen a partir de ello son muy diferentes. Luhmann construye una teoría de la sociedad, consciente de que es un producto de la sociedad misma que trata de describir, partiendo del concepto e instrumento básico de distinción y la noción de sistemas cerrados operativamente, para los que su entorno es completamente inaccesible en su complejidad y disponible de manera parcial solamente a través de acoplamientos estructurales que reducen la complejidad del entorno para el sistema. En cambio, Uribe califica este enfoque como
reducir la realidad… a nuestros instrumentos intelectuales actuales para hacerla comprensible a su nivel (p. 26)
y contrapropone
desarrollar nuestras capacidades de todo tipo, para experimentar la realidad —conocer como experiencia en sentido filosófico y emocional, existencial—con toda su riqueza y posibilidades (ídem).
Diría que Luhmann prefiere elaborar y usar mapas de la sociedad como una manera de comprenderla, consciente de las limitaciones intrínsecas de una teoría que asume la inaccesibilidad de su objeto de estudio y las limitaciones extrínsecas inducidas por su ubicación sociotemporal. En cambio, Uribe prefiere aguzar sus sentidos para experimentar la sociedad y tropezarse con ella, consciente de la imposibilidad de acceder plenamente a su complejidad.
Mi preferencia personal por los mapas no me impide observar que cada mapa está diseñado para resaltar ciertos aspectos de la ciudad a cambio de atenuar otros, atendiendo a la subjectividad de cada autor; esto es, no me impide coincidir con Uribe sobre la importancia de
la atención y el trabajo sobre la forma de comprender, entender y conocer, si integramos en la acción de investigar la problematización de nuestros instrumentos, conocimientos previos y relación de conocimiento.
Después de todo, lo cortés no quita lo valiente. Sin embargo, observo en mí una resistencia a desnudarme de nuestros mejores instrumentos, sesgados como son, para acercarme a una realidad con “solamente” mis sentidos abiertos. Si bien reconozco que la complejidad del Universo se refleja en las pequeñas cosas, en los pequeños giros de la vida, en el cruce de dos miradas, y que basta con observar plenamente estos fenómenos para comprender el Universo, tengo también la impresión de que la experiencia de esta observación no es suficiente para explicarlo, para predecirlo; la impresión de que el conocimiento adquirido de esa manera es personal e intransferible, más en el sentido de la meditación budista y la atención plena para acercarse al mundo y comprenderlo, como individuo, que de un esfuerzo colectivo por explicarlo. En este sentido, Uribe habla acercarse a las teorías y hacer uso de ellas en un segundo momento, posterior a la inmersión en lo accesible de la realidad, para
ayudarse de la utilización en ese momento de teorías, entendiendo su uso, como lo describe Foucault, “como caja de herramientas”. Pero es muy importante no confundir el usar las teorías como guías para la problematización y construcción del objeto con, en un momento posterior, usarlas como hipótesis para la reconstrucción articulada de los procesos o relaciones entre los procesos (p. 141).
Sin embargo, me cuesta trabajo imaginar cómo pudieron haber surgido esas teorías de una aproximación compleja a la realidad en el sentido expuesto por Uribe, como me cuesta trabajo imaginar que, a partir de recorrer la ciudad desnudo de instrumentos, se pueda construir un mapa de ella como los conocemos.
En síntesis, me parece que el libro presenta una crítica justificada de la perspectiva científica clásica —si bien difícil de leer para quienes estén formados con ese sesgo— y una crítica más bien visceral de la aproximación a los fenómenos sociales desde perspectivas como la de la teoría de sistemas de Niklas Luhmann.

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