Es común considerar que el pensamiento computacional es propio de programadores y que solamente tiene sentido en el ámbito de la informática, específicamente en la actividad de desarrollo de software. Sin embargo, el pensamiento computacional aplica naturalmente a muchos otros aspectos de nuestra vida cuando ella transcurre en un entorno cada vez más digitalizado.
Como ejemplo de lo anterior, pongo a consideración el caso de la edición de textos en la computadora, una actividad por demás común en el ámbito educativo, donde tanto los docentes como los estudiantes tienen que producir una gran cantidad de texto; pero también de uso común en otras áreas —por ejemplo, las secretarías suelen pasar buena parte de su horario de trabajo redactando cartas, memos, reportes y otros documentos.
Cuando escribimos textos para una publicación (por ejemplo, artículos para una revista) o documentos oficiales de una organización es común que tengamos que cumplir con una serie de requisitos sobre los tipos de letra a usar, los tamaños de las mismas, su colocación y su decoración en cada parte del texto. Es común también que la organización nos proporcione plantillas para darle formato a nuestros documentos; pero si no es el caso, los editores de texto modernos suelen incluir una variedad de plantillas para darle un formato atractivo y profesional a nuestros documentos.
El caso es que, sin embargo, todo lo anterior sirve de muy poco si no contamos con algo de pensamiento computacional, porque de otra manera tendemos a perdernos entre los árboles del texto en vez de observar el bosque del documento. Esto es, nos la pasamos dando formato de manera independiente a cada título de sección, a cada pie de tabla o figura, a cada párrafo, a cada frase resaltada, a cada elemento del texto. De esta manera la presentación de cada documento que redactamos es una obra de artesanía, única, propia… pero generalmente con muchas inconsistencias. Producto de un proceso artesanal poco automatizable.
¿Qué sucede entonces si, por razones diversas, tenemos que cambiar el formato de nuestro documento? Porque la plantilla cambió, porque rechazaron nuestro artículo en una revista y queremos enviarlo a otra, porque se va a publicar en otro medio en un formato distinto, porque el maestro nos pidió un formato más profesional. En ese caso tenemos que volver a repetir el proceso: revisar elemento por elemento del documento, modificando su formato en caso de ser necesario.

Si aplicamos el pensamiento computacional, en cambio, observaremos elementos comunes en muchas partes del texto, que comparten un mismo formato: los textos de secciones principales (ej. en negritas y letra más grande), los textos de subsecciones (ej. en cursivas, del mismo tamaño), los párrafos (ej. todos justificados, con el mismo espacio entre líneas, con la misma separación de otros párrafos), las frases resaltadas (ej. todas en cursivas o todas en negritas), los pies de tablas y figuras (ej. centrados, en letras más pequeñas). Esto es así, porque pertenecen a la misma categoría (estilo), de modo que en vez de dar formato al texto podemos en vez dar formato a la categoría y con ello cambiar la presentación de todos sus elementos de un solo golpe, automáticamente.
Observamos así como los dos procesos principales del pensamiento computacional, abstración y automatización, vienen en nuestra ayuda para dar un uso óptimo a la herramienta (el editor de texto). El primero nos permite ver el bosque, identificar los estilos existentes en nuestro documento; el segundo, automatizar el proceso de dar forma (una sola vez, creando o modificando el estilo, y la computadora lo repetirá en todos los elementos de la misma categoría). Cambiar la presentación del documento se reduce entonces a modificar unos cuantos estilos, no todo el documento.
Una vez familiarizados con el pensamiento computacional encontraremos muchas otras aplicaciones del mismo a la edición de textos y podremos entonces automatizar la numeración de las tablas y figuras, la creación de la tablas de contenidos, la creación de la lista de referencias y las referencias a las mismas en el texto (en general, la creación de vínculos a otras partes del texto), la producción de cartas y constancias, etcétera. El entorno digitalizado es el límite.
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Imagen destacada tomada de Digital Berge.