Colonialismo de datos

La pasada semana, como parte de las actividades de la Red Latinoamericana de Sistemas Sociales y Complejidad, tuve la oportunidad de leer el artículo Data Colonialism de Couldry & Mejias (2019) en el cual se resalta un aspecto clave de la digitalización del entorno de vida: la observación, cuantificación y representación en datos de las relaciones sociales, nuestro quehacer diario y aspectos más íntimos de nuestra vida.

Los autores observan este fenómeno en su gran similitud con el fenómeno de la colonización de territorios y sociedades por la europa occidental que, si bien comenzó a finales de la Edad Media, tuvo su auge en el siglo XIX y principios del XX. La similitud comienza por la existencia de entidades poderosas (tecnológicamente, económicamente, políticamente) que se están apropiando de datos sobre nosotros, por el simple hecho de poder hacerlo, para su propio beneficio. La similitud continúa con una suerte de trivialización de nuestros datos, que los convierte prácticamente en “recursos naturales” a disposición de quienes estén en condiciones de extraerlos y explotarlos; y cierra, en parte, con una postura ideológica y una condición de inequidad que prácticamente nos quita el derecho a defender nuestros datos, protegerlos de la explotación por otros y obtener mejores beneficios al intercambiarlos por productos y servicios.

De manera similar a como el colonialismo de siglos anteriores dio lugar al capitalismo, los autores advierten sobre el surgimiento de una nueva forma de capitalismo de datos, que mercantiliza todos los aspectos de nuestra vida consecuencia de la posibilidad de observarlos y generar datos a partir de ellos; de modo que los ciudadanos del siglo XXI dejamos de ser solamente trabajadores y consumidores para convertirnos, además, en fuentes inacabables de materia prima (datos) para alimentar una nueva economía.

Por ejemplo, de acuerdo con Internet Live Stats Google recibe diariamente más de 3,500 millones de solicitudes de búsqueda, las cuales se convierten en datos para identificar tendencias, patrones de búsqueda, categorías de usuarios, que luego pueden ser vendidos a empresas de mercadeo, tiendas en línea, aseguradoras, gobiernos y otras organizaciones interesadas en conocernos para ofrecernos productos, servicios y propaganda, maximizando sus ganancias. A esto podemos sumarle la navegación de la Web que hacemos usando Google Chrome, nuestro uso diario del sistema operativo (Google) Android y de las herramientas que Google nos ofrece “gratuitamente”, desde gestores de correo electrónico hasta espacios en la nube para almacenar las fotografías y videos que tomamos de nuestro alrededor.

Ciertamente, reconozco que he estado dispuesto a pagar con mis datos por servicios como los de Google, Whatsapp o Facebook. Dadas las condiciones de pobreza en las que viven la mayoría de los habitantes de nuestros planeta, que se acentúan de manera particular en América Latina, puedo suponer que ha muchas personas nos ha parecido la mejor manera de acceder a la tecnología y la cultura digitales de nuestro tiempo. Nos hemos conformado con que incluso empresas que nos cobran por sus servicios, como Spotify, Netflix, Starbucks o el hotel en el que pasamos nuestras vacaciones, se apropien de nuestros datos y saquen provecho de ellos. El punto aquí es en qué medida nos han estado ofreciendo pedazos a vidrio a cambio de nuestro oro, que además muchas veces arrebatan sin pedir permiso o en condiciones de clara ventaja.

La naturaleza del entorno digital es tal que facilita generar datos, copiarlos y distribuirlos sin pérdidas y a grandes velocidades. Algunas de sus consecuencias ha sido el florecimiento del software libre, de las comunidades de intercambio de información y de la llamada piratería que ofrece acceso gratuito o de bajo costo a productos idénticos a los originales, que se venden a un precio mucho mayor. Otra consecuencia es la observación de nuestro quehacer diario, la generación de datos que lo representan y su distribución con fines de lucro sin nuestro conocimiento o bajo condiciones de desventaja para el común de la población. Lo podemos llamar colonialismo de datos.

Referencia

Couldry, N., & Mejias, U. A. (2019). Data Colonialism: Rethinking Big Data’s Relation to the Contemporary Subject. Television & New Media, 20(4), 336–349. https://doi.org/10.1177/1527476418796632

Reconocimiento

Imagen de cabecera tomada de David Fry Slade.

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