Ayer presencié por videoconferencia el panel ¿Las máquinas pueden pensar? ChatGPT y el aprendizaje de máquina, organizado por el Colegio Nacional de México, en el cual Alejandro Frank, del Centro de Ciencias de la Complejidad de la UNAM, hace una pregunta muy importante que se ha repetido muchas veces a lo largo de la historia de la Inteligencia Artificial (IA): ¿qué es lo que podría impedir que las máquinas pudieran desarrollar inteligencia general y conciencia, como las de los seres humanos?

Las respuestas de los ponentes, los doctores Carlos Coello, Raúl Rojas y Luis A. Pineda, fueron en la línea de lo artificial de la “experiencia” de la computadora en contraposición a la experiencia humana del mundo. La inteligencia y la conciencia humana surgen, en la evolución y la vida de un ser humano, de la interacción con el mundo y con otros seres humanos. El lenguaje cobra significado y sentido en relación con el mundo, exterior inicialmente, pero que se va reconstruyendo en nuestro interior. Las emociones de los seres humanos están aterrizadas en nuestro cuerpo y, a final de cuentas, en el mundo.
Por una parte, esta respuesta hizo resonancia con lo que yo mismo había comentando en un panel similar, organizado unos días antes por el CUCSH de la Universidad de Guadalajara; básicamente, que las maravillas que hace hoy en día la IA se dan generalmente en áreas de conocimiento y contextos muy bien acotados —un juego de mesa, un almacén, un chat. En cambio, los seres humanos realizamos todos los días una infinidad de tareas en entornos “de la vida real” muchísimo más complejos; tareas que, si las computadoras pudieran juzgarlas, dirían que son maravillas del hacer que están fuera totalmente de su ámbito de competencia. En otras palabras, la inteligencia y conciencia humana han evolucionado para atender la complejidad del mundo real, en tanto que la IA ha evolucionado para atender complejidades mucho menores en entornos artificiales o entornos reales muy simplificados. Es de esperarse entonces que la última esté mucho más acotada que las primeras.

Por otra parte, si bien los resultados actuales en IA que están sorprendiendo al mundo no serían posibles sin el desarrollo acelerado de la tecnología digital, es muy probable que tampoco lo serían sin la gigantesca cantidad de información que se genera, transmite y aloja hoy en día en estas tecnologías, producida en buena medida por los miles de millones de sus usuarios, pero generada cada vez más de manera automática por dispositivos de todo tipo conectados al Internet de las Cosas. El mundo real se encuentra cada día más interconectado con este mundo virtual digital que, a través esa interconexión aumenta su tamaño y complejidad, ofreciendo así un caldo de cultivo cada vez más rico para la emergencia de lo que podríamos llamar auténticos nativos digitales: sistemas con IA capaces de procesar esa información en grandes cantidades y a gran velocidad para identificar patrones útiles para la sociedad, lo que a su vez motiva a los seres humanos para dar soporte a la evolución de estos sistemas.
Desde este punto de vista, una manera alternativa de plantear la pregunta de Alejandro Frank es ¿qué es lo que podría habilitar a las máquinas para desarrollar inteligencia general y conciencia, con capacidades equivalentes a las de los seres humanos? La respuesta sería: la evolución en la complejidad del mundo digital(izado).
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Fotografía de niños jugando tomada de Minnesota Spokesman-Recorder.
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