El día de hoy se celebra el Día del Maestro en nuestro país y quiero aprovechar la ocasión para agradecer a los docentes el enorme esfuerzo realizado durante el último año para formar a sus alumnos en condiciones muy difíciles, debido a la pandemia por todos conocida.
Las condiciones fueron difíciles por varias razones, entre las que destacan las enormes diferencias entre la población estudiantil —también docente— en lo que respecta al acceso a la tecnología digital que le permitiera mantenerse conectada a sus centros educativos, a la capacidad de ir más allá del uso operativo de esa tecnología y, más aún, al uso de esas tecnologías con propósitos distintos a los del entretenimiento. Mientras en las escuelas privadas docentes y padres de familia luchaban por hacer que los alumnos se sentaran enfrente de su propia computadora portátil, se conectaran y pusieran atención a la clase por videoconferencia, en las escuelas públicas lo hacían por sacar todas las fotocopias necesarias, distribuirlas entre los alumnos y organizar el uso de los teléfonos celulares de la familia para dar lugar a su uso educativo.
En segundo lugar, hubo muchas dificultades derivadas de la insistencia del sistema educativo en que la educación estuviera funcionando de manera “normal”; esto es, que los docentes siguieran dando clase, los alumnos siguieran atendiéndola y realizando las mismas actividades que hubieran hecho si la pandemia no existiera. Ello implicó, por una parte, mantener la “normalidad” en condiciones anormales, lo cual conlleva en sí un enorme esfuerzo —y equivale, en buena medida, a tirar el bebé junto con el agua. Por otra parte, se implementó y operó todo un sistema de vigilancia que, para los docentes, significó la producción constante de un sin fin de reportes sobre lo que hacían y lo que no hacían, por qué lo hacían o no lo hacían, las horas que invertían en ello y lo que hacían con las horas restantes.
En tercer lugar, lo que podría ser la lección más importante de la pandemia: la gran mayoría de los alumnos no tienen interés por aprender y no saben hacerlo sin la presencia del docente. De modo que los docentes se han tenido que parar de pestañas para hacer presencia en la distancia y provocar algo de aprendizaje en sus alumnos.
A lo anterior se suman, por supuesto, la amenaza constante de la enfermedad y el peligro de muerte, que se hicieron reales en muchos docentes, familiares y amigos; la pérdida de empleo e ingresos de muchos otros, el incremento en el precio de la canasta básica muy por encima del incremento salarial que, en el caso de docentes de escuelas privadas, fue incluso negativo.
En fin, fue un año difícil y, por consiguiente, más que felicitarles en su día, quiero agradecer a los docentes su enorme esfuerzo por lograr que sus alumnos aprendieran algo, aunque fuera un poquito.