En los últimos cuarenta años la educación ha sufrido al menos cuatro embates tecnológicos a escala global. El primero de ellos fue el surgimiento de las computadoras personales en la década de los ochenta y el crecimiento acelerado de su uso a lo largo de treinta años, que conllevó cambios en la manera de generar contenidos por los docentes para presentarlos en clase, así como en la manera de realizar los trabajos académicos de parte de los alumnos que, si bien se siguieron entregando impresos en papel, eran producidos de manera digital.
El segundo embate, en la siguiente década, fue la creación de la World Wide Web y su rápido crecimiento en contenido que la convirtió en el lugar por omisión para la búsqueda de información, así como gran facilitadora y fuente principal de la muy difundida y mala práctica de copiar y pegar — que por supuesto ya existía, como cuando íbamos a comprar “laminitas” a la papelería para, literalmente, copiarlas y pegarlas en los carteles que nos dejaban hacer de tarea en los días festivos, allá por la década de los setenta en educación básica.
En la primera década de este siglo llegaron la Web 2.0, las redes sociales y los teléfonos inteligentes (unos años después, también las tabletas), multiplicando tanto la producción de contenido para la Web y su uso como medio para el intercambio de información y la comunicación, como su acceso en cualquier lugar y momento. Con ello, disminuyó significativamente el uso de los libros, pues aparentemente casi todo se podía encontrar en la Web, desde información de referencia (como en Wikipedia) como de entretenimiento (vía espacios como YouTube, las redes sociales y los sitios de ficción de fans); nos volvimos adictos al acceso a la información y la comunicación vía los teléfonos inteligentes y su irrupción en el aula ha cuestionado al docente como la fuente principal de información en ella.
Esta fue la plataforma que permitió la explosión en el uso de la inteligencia artificial generativa, que se ofreció al público hace poco menos de tres años y cuenta a la fecha con más de mil millones de usuarios (más del 12% de la población global). Esto es, no se trata de embates independientes, sino que cada uno se ha construido sobre la base de los anteriores.
La contingencia sanitaria consecuencia de la pandemia por COVID-19 que nos obligó a alejarnos de las instituciones educativas por al menos un par de años, entre 2020 y 2022, dejó claro que, en la mayoría de los casos, no sabíamos usar las herramientas digitales para ofrecer y acceder a servicios educativos en condiciones diferentes —ideales, se podría decir, para el uso de tecnologías que sirven, precisamente, para romper distancias temporales y espaciales para la gestión de la información, la comunicación y la construcción de conocimiento en red. Esto sugiere que, como comenta Punya Mishra de la Arizona State University, los sistemas educativos han sabido absorber los embates tecnológicos sin cambios de fondo en su estructura:
Hemos visto este patrón antes con las computadoras, tabletas e Internet: cada tecnología anunciada como transformadora, pero cada una absorbida por las estructuras existentes sin cambiarlas fundamentalmente. ¿Fue así porque los sistemas se resistieron sabiamente o porque nunca hicimos el trabajo arduo de una integración genuina? Hemos adoptado tecnologías dejando la arquitectura intacta, de modo que no sabemos lo que sería una adaptación significativa.
Los profesores han usado la tecnología digital para dar sus clases de siempre, expositivas, pero utilizando computadoras, proyectores y pizarrones inteligentes. La práctica de copiar y pegar se denostó explícitamente pero se toleró implícitamente —¿quién se iba a poner a buscar las fuentes originales y hacer las comparaciones?— hasta que se inventó la tecnología para detectarla automáticamente. Los medios digitales fueron incorporados a estándares de facto como el Manual de Publicación de la American Psychological Association. La gran pregunta es ¿por cuánto tiempo más? En el caso ya de los teléfonos inteligentes la reacción general del sistema educativo (cuando ha habido alguna) ha sido más estricta: prohibir su uso en el aula o incluso en toda la escuela; esto a pesar de que los beneficios no son claros.
La continua referencia al “uso ético de la inteligencia artificial generativa” es sugerente de una actitud defensiva del sistema educativo ante el embate tecnológico más reciente, particularmente en lo referente a su uso por los estudiantes. Una manera de interpretarlo es que, en tanto que no se contempla cambiar la estructura del sistema y las prácticas educativas se modificarán muy poco, se espera que los estudiantes sigan realizando lo que les corresponde como si nada hubiera cambiado, so pena de recibir el castigo consecuente. Sin embargo, como detectar el uso “no ético” de la inteligencia artificial generativa de parte de los estudiantes resultará una actividad ardua y compleja —porque las prácticas educativas no cambiarán significativamente— lo más probable es que, en la mayoría de los casos, se siga la misma política que con la práctica de copiar y pegar; esto es, el uso no ético de la inteligencia artificial generativa será prohibido explícitamente y penalizado en su caso, pero implícitamente será aceptado.
El problema de esta política tácita es que renuncia a la oportunidad de
transformar el aprendizaje. Al centrarnos en la prohibición en lugar de
la integración, estamos eligiendo la comodidad educativa (mantener el
sistema como es) sobre el desarrollo de competencias críticas. Corremos
el riesgo de seguir graduando expertos en evitar la detección de su
hacer no ético en lugar de pensadores capaces de navegar y construir en
un mundo que ya ha cambiado fundamentalmente. Sin embargo, cabe
preguntarse si esta estrategia de “absorber sin cambiar” funcionará una
vez más. A diferencia de copiar y pegar, la inteligencia artificial
generativa no sólo replica, sino que crea, a un nivel que al menos desafía
nuestras nociones de autoría y evaluación. Quizás este cuarto embate no
sea uno más en la lista. Su fuerza acumulada a la de los embates anteriores podría finalmente alterar la arquitectura del sistema educativo.

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